lunes, 30 de enero de 2017

Su sonrisa



-Estás preciosa.-Ella sonrió. Su suave, fina y delicada sonrisa asomando a su rostro como un rayo de sol que aparece entre las nubes en pleno invierno, iluminando un yermo campo nevado y reflejando en la blanca nieve todo lo bueno y alegre que guarda el corazón de un hombre.

domingo, 22 de enero de 2017

Tempestad



Grita ¡Guerra! Y acude presto al combate. El clamor de la lucha te hará olvidar la vida así como la muerte. Siéntete uno con tu acero, fúndete con él. La guerra no es más que el sentimiento de libertad de todo hombre. Desciende a los infiernos y pierde el miedo al demonio. Conviértete en él y podrás ver de nuevo.

El último océano. Prólogo






EL ÚLTIMO OCÉANO

Prólogo





Surcando los cielos miro a mis pies y solo veo muerte. Donde antaño existían bulliciosas urbes llenas de vida ahora solo veo edificios erosionados por el paso del tiempo, desmoronándose sobre las desiertas calles cubiertas de arena y polvo. Me dedico a buscar algún vestigio de vida, pero ni siquiera una hoja de hierba se avista en el horizonte. Solo muerte. Un enorme y desolador desierto que lo abarca todo convirtiendo este mundo en un yermo.
Sin embargo me acerco a la costa. Apenas noto la diferencia entre la playa y el resto del continente. Los granos de arena son similares. Sin ninguna esperanza avanzo mar adentro. Se trata de un océano cálido, carente de masas de hielo y de aguas oscuras.
A simple vista es difícil decir si existe vida en el agua o de lo contrario, ha corrido el mismo destino que los continentes. Aguas ácidas podrían albergar poco más que los esqueletos de antiguas criaturas que poblaron los mares.
No es así. Se distingue una estela en la superficie del agua. Por el tamaño podría tratarse de un animal de gran tamaño, como una ballena. Me sumerjo junto a ella y me sorprendo al ver un duro y frío casco de acero. No se trata de un animal, sino de un submarino que surca los océanos en solitario. Y ante él, a los pies de los acantilados, una compuerta se abre para nosotros dando la bienvenida a los astilleros subacuáticos de uno de los pocos reductos humanos del Mediterráneo.






-El futuro, hijo mío, no es lo que queremos, sino lo que hacemos. Siembra y recogerás. Y nosotros, el ser humano, sembramos mal. Luchamos entre nosotros por conseguir lo que tiene el otro. Somos capaces de matar por un objeto. Y de esta forma sembramos el mundo de guerras. Pero no es por eso por lo que estamos aquí Johan. Vivimos bajo el mar porque a nuestros antepasados solo les interesaba el dinero y no su planeta. La industria que tanto avance trajo, destruyó la atmósfera. Al final se intentó remediar, pero ya era demasiado tarde.
-¿Tú vivías en la superficie?-preguntó el dulce niño desde el suelo donde estaba sentado.
Sí…-respondió con melancolía.-Aun recuerdo el sol y el viento. Pero no me acuerdo del resto. Ya no puedo sentir la brisa meciendo las copas de los árboles, ni la hierba acariciándome los tobillos. Solo tengo grabaciones de pájaros cantando y volando en esos discos de la mesa.-señaló una torre de cajas almacenadas una encima de otra.- Ahí puedes ver el mundo en el que yo viví y en el que nadie más podrá.
-¿No lo pueden arreglar?-su voz sonaba débil, azotada por la enfermedad. La inocencia que desprendía no conseguía arrebatar la verdad de las palabras de su padre.
-Ya es demasiado tarde. Tan solo nos queda vivir bajo el mar, como nadie había hecho antes. Y rezar para que no destruyamos el último rincón del planeta que nos queda.
El niño bajó la vista con tristeza. Sin embargo su padre no se arrepintió de sus palabras.
-Hijo, te digo esto porque tienes que aprender que el mundo no es un lugar fácil. Nadie va a darte nada gratis a parte de mí. Todos van a luchar contra ti para quitarte lo que tienes y convertirte en su esclavo. Debes ser fuerte para sobrevivir a ese mundo y yo quiero enseñarte.
Johan alzó la vista con los ojos húmedos. Brillaban a la luz de la lámpara que los iluminaba. Había visto cientos de veces las imágenes del mundo exterior. El sol, la hierba, las montañas, los bosques…todo cuanto había  en los discos de su padre era hermoso.
-Vale…-murmuró con un leve asentimiento.
Su padre sonrió orgulloso y se puso en pie. Acababa de amanecer en la ciudad submarina de Lubeck, o al menos eso decían pues allí nadie veía el sol y probablemente nunca lo harían. Comenzaba la jornada. Su padre no trabajaba hasta la tarde pero todos los días, temprano, después del alba, le daba clases. Matemáticas, física, química, historia y algún idioma. Había sido ingeniero y ahora trabajaba en los astilleros intentando reparar las brechas que amenazaban con aislar e inundar la ciudad.